sábado, 30 de mayo de 2015

LA SANTÍSIMA TRINIDAD ES FAMILIA


Dios es un misterio y quien dice conocerlo completamente es un mentiroso, pues semejante misterio no puede jamás caber en la mente y experiencia humanas. San Agustín de Hipona comprendió esta verdad cuando, en su intento por comprender y conocer totalmente a Dios, se encontró con un niño en la playa que había hecho un pequeño hoyo; el niño iba al mar y con sus pequeñas manos llevaba de sus aguas al pequeño agujero; este movimiento lo hizo varias veces hasta que Agustín le preguntó qué hacía; el pequeño respondió: "quiero pasar toda el agua del mar en este hoyo". Agustín sorprendido le respondió que eso era imposible. "También es imposible que el misterio de la Trinidad quepa en tu mente" -le respondió el niño-.

El Dios de los cristianos es Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Un solo Dios manifestado en Tres Personas distintas, en tres misiones diferentes. No logramos comprender este misterio con nuestra mente humana pero sí podemos experimentar su amor en nuestra vida diaria; sí nos damos cuenta de que tenemos un PADRE que nos ha creado y que nos sostiene en nuestra vida humana con su amor providente, y que ese amor maravilloso ha querido acercarse a la humanidad para tocar nuestras historias personales y comunitarias, para tocar nuestros dolores y enfermedades, nuestras esperanzas y sueños, para aliviar todo aquello que nos aflige y no nos hace libres, para liberarnos de nuestros pecados y abrirnos la puerta de la Vida. Ese amor encarnado se llama JESUCRISTO. Ese amor no nos deja solos, sino que nos da su fuerza y poder para vivir a la altura de hijos e hijas de Dios, para hacernos testigos de Jesús en un mundo que busca el poder, la riqueza y la gloria lejos de Dios, para construir el Reino de Dios en nuestro medio. Esa fuerza se llama ESPÍRITU SANTO.

Jesús nos revela quién es Dios. Sin grandes definiciones teológicas Jesús nos dice que Dios es Padre, que es amor y misericordia incondicional, que es dador de vida, que Él quiere nuestra liberación personal y social, que quiere la felicidad del hombre y de la mujer creados por Él. El amor es la expresión máxima de Dios y es a través del amor que libera y hace feliz que llegamos a conocer algo de este maravilloso amor. San Juan comprendió esto por eso es capaz de dar una definición de Dios: "Dios es amor" (1Jn 4,8).

La palabra "amor" está muy trillada en nuestros días, pareciera que todo es amor pero no es así. Para conocer el amor de Dios y para amar a su manera tenemos que mirar a Jesucristo porque en Él se personifica este amor. Jesús nos enseña que el amor es respeto hacia lo diferente, que es acercarse a los pobres, a los afligidos por cualquier mal para liberarlos, que es estar siempre al lado de las víctimas de una sociedad egoísta y narcisista. El amor verdadero siempre trata de rescatar a la persona y jamás hundirla. El amor hace que la otra persona se encuentre a sí misma y sea ella misma delante de Dios que quiere su felicidad y plenitud. El amor no daña, no juzga, no critica, no margina.

Dios Trino es misionero

La misión de Dios Trino es dar vida a la humanidad, no cualquier vida, sino vida en abundancia (cf Jn 10,10). El Padre da la vida y la sostiene; el Hijo es la vida misma y nos la da en plenitud; el Espíritu Santo sopla el aliento de vida en la Iglesia y en el mundo. Dios "siempre trabaja", es misionero porque quiere que toda la humanidad se salve y llegue al conocimiento de la verdad (Cf. 1Tim 2,4).

Dios comparte esta misión con la Iglesia; ella es continuadora de la misión de Dios en el mundo, por eso sale de sus propias fronteras. Si la Iglesia es misionera es porque Dios Trino es misionero. Todos/todas los bautizados somos misioneros porque Dios vive en nosotros y nos hace misioneros.

Dios Trino es Familia

La Trinidad es Familia, es Comunidad de amor. Nuestro Dios se revela no como un ser solitario, sino como un Ser que es Familia, por eso sus creaturas, creadas a su imagen y semejanza, somos seres comunitarios, que socializan. 

Que la Trinidad enseñe a las familias cristianas a ser familias donde reinan el amor, el diálogo, el respeto, la ternura, la paz, la vida y todo aquello que es bueno y amable.
Que la Trinidad ayude a las comunidades religiosas a vivir en la unidad en la diversidad. Que Dios Trino muestre a toda la humanidad el camino de una convivencia pacífica basada en el respeto, en la aceptación del diverso y en la vivencia de la justicia.



lunes, 25 de mayo de 2015

Y DIO LA VIDA POR SUS OVEJAS...

CARTA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
CON MOTIVO DE LA BEATIFICACIÓN DE MONSEÑOR ÓSCAR ARNULFO ROMERO GALDÁMEZ

Excmo. Mons. José Luis Escobar Alas

Arzobispo de San Salvador Presidente de la Conferencia Episcopal de El Salvador
Querido Hermano:
La beatificación de monseñor Óscar Arnulfo Romero Galdámez, que fue Pastor de esa querida Arquidiócesis, es motivo de gran alegría para los salvadoreños y para cuantos gozamos con el ejemplo de los mejores hijos de la Iglesia. Monseñor Romero, que construyó la paz con la fuerza del amor, dio testimonio de la fe con su vida entregada hasta el extremo.
El Señor nunca abandona a su pueblo en las dificultades, y se muestra siempre solícito con sus necesidades. Él ve la opresión, oye los gritos de dolor de sus hijos, y acude en su ayuda para librarlos de la opresión y llevarlos a una nueva tierra, fértil y espaciosa, que «mana leche y miel» (cf. Ex 3, 7-8). Igual que un día eligió a Moisés para que, en su nombre, guiara a su pueblo, sigue suscitando pastores según su corazón, que apacienten con ciencia y prudencia su rebaño (cf. Jer 3, 15).
En ese hermoso país centroamericano, bañado por el Océano Pacífico, el Señor concedió a su Iglesia un Obispo celoso que, amando a Dios y sirviendo a los hermanos, se convirtió en imagen de Cristo Buen Pastor. En tiempos de difícil convivencia, Monseñor Romero supo guiar, defender y proteger a su rebaño, permaneciendo fiel al Evangelio y en comunión con toda la Iglesia. Su ministerio se distinguió por una particular atención a los más pobres y marginados. Y en el momento de su muerte, mientras celebraba el Santo Sacrificio del amor y de la reconciliación, recibió la gracia de identificarse plenamente con Aquel que dio la vida por sus ovejas.
En este día de fiesta para la Nación salvadoreña, y también para los países hermanos latinoamericanos, damos gracias a Dios porque concedió al Obispo mártir la capacidad de ver y oír el sufrimiento de su pueblo, y fue moldeando su corazón para que, en su nombre, lo orientara e iluminara, hasta hacer de su obrar un ejercicio pleno de caridad cristiana.
La voz del nuevo Beato sigue resonando hoy para recordarnos que la Iglesia, convocación de hermanos entorno a su Señor, es familia de Dios, en la que no puede haber ninguna división. La fe en Jesucristo, cuando se entiende bien y se asume hasta sus últimas consecuencias, genera comunidades artífices de paz y de solidaridad. A esto es a lo que está llamada hoy la Iglesia en El Salvador, en América y en el mundo entero: a ser rica en misericordia, a convertirse en levadura de reconciliación para la sociedad.

Monseñor Romero nos invita a la cordura y a la reflexión, al respeto a la vida y a la concordia. Es necesario renunciar a «la violencia de la espada, la del odio», y vivir «la violencia del amor, la que dejo a Cristo clavado en una cruz, la que se hace cada uno para vencer sus egoísmos y para que no haya desigualdades tan crueles entre nosotros». Él supo ver y experimentó en su propia carne «el egoísmo que se esconde en quienes no quieren ceder de lo suyo para que alcance a los demás». Y, con corazón de padre, se preocupó de «las mayorías pobres», pidiendo a los poderosos que convirtiesen «las armas en hoces para el trabajo».
Quienes tengan a Monseñor Romero como amigo en la fe, quienes lo invoquen como protector e intercesor, quienes admiren su figura, encuentren en él fuerza y ánimo para construir el Reino de Dios, para comprometerse por un orden social más equitativo y digno.
Es momento favorable para una verdadera y propia reconciliación nacional ante los desafíos que hoy se afrontan. El Papa participa de sus esperanzas, se une a sus oraciones para que florezca la semilla del martirio y se afiancen por los verdaderos senderos a los hijos e hijas de esa Nación, que se precia de llevar el nombre del divino Salvador del mundo.
Querido hermano, te pido, por favor, que reces y hagas rezar por mí, a la vez que imparto la Bendición Apostólica a todos los que se unen de diversas maneras a la celebración del nuevo Beato.
Fraternamente,
Francisco
Vaticano, 23 de mayo de 2015

viernes, 22 de mayo de 2015

"NECESITAMOS UN NUEVO PENTECOSTÉS"


El Espíritu Santo irrumpe en la comunidad de discípulos que se reúne en torno del Resucitado, de esa "ausencia" que es presencia viva y eficaz. El Espíritu de Dios llega a la asamblea congregada en nombre de su Hijo Jesús. Se realiza la promesa hecha: "Recibirán el poder y la fuerza del Espíritu Santo para que sean mis testigos en Jerusalén, Judea, Samaría y hasta los últimos rincones de la tierra" (Hch 1,8). La experiencia del Espíritu es ante todo una vivencia comunitaria.

Llega el Espíritu Santo para que la Iglesia naciente sea misionera, para que ésta vaya más allá de sus fronteras. Llega el Espíritu Santo para sacar del miedo a los discípulos de Jesús y empujarlos a dar testimonio de él con la palabra y los hechos. Viene el Santo Espíritu para hacer de la comunidad de Jesucristo una comunidad itinerante, en movimiento siempre, para que no se estanque en la autorreferencialidad y en los miedos que puedan impedir una renovación.

Tal fue la fuerza recibida del Espíritu que la Iglesia Primitiva no cesó de dar testimonio del Señor aún en medio de las persecuciones, de los azotes, de la prisión y del martirio. Los discípulos de Jesús habían encontrado la verdadera vida en Él y no podían quedarse con esta riqueza para sí solos, tenían que comunicarla a los demás para que todos tuvieran vida y vida en abundancia en Jesús (cfr. Jn 10,10).

El Espíritu Santo suscita en la Iglesia carismas y ministerios diversos para el bien común. Los dones que el Espíritu da no son para ser vividos individualmente, sino para el bien de todos: de la Iglesia, de la sociedad, del mundo entero. Por eso es importante preguntarnos qué dones nos da el Espíritu a cada uno para que sepamos ponerlos al servicio de todos.

La Iglesia es continuadora de la obra de Jesús, y sólo puede llevar adelante esta misión con la asistencia del Espíritu Santo. Con la fuerza del Espíritu la Iglesia proclama la Buena Nueva, construye el Reino de Dios aquí en la tierra, anuncia a los pobres la liberación y da libertad a los oprimidos, consuela a los tristes (cf. Lc 4,18-19).

¿Qué tanto dejamos que el Espíritu actúe dentro de nosotros mismos, bautizados? Cuando no le dejamos actuar, entonces los miedos nos paralizan, así como el egoísmo, el individualismo y el "qué me importa". Cuando la Iglesia tiene miedo al cambio, el Espíritu está atado; cuando la Iglesia se encierra en sí misma y no sale, el Espíritu está atado. "¡Necesitamos un Nuevo Pentecostés!", nos dice Aparecida. Sí, necesitamos ser renovados constantemente por el Espíritu de Dios para que Él nos ayude a crecer en la santidad de Jesucristo, una santidad que se manifiesta en el amor, en la entrega generosa, en el perdón incondicional, en atender a los enfermos, a los cautivos, a los pobres, en trabajar por la justicia, la paz y en la defensa de los derechos de los más débiles.

Necesitamos un Nuevo Pentecostés que nos saque de la apatía y nos haga personas en salida para ir a las periferias geográficas y existenciales y así dar testimonio de la vida que encontramos en el Resucitado.

¡VEN, ESPÍRITU SANTO!

martes, 19 de mayo de 2015

¡GRACIAS, MONSEÑOR OSCAR ARNULFO ROMERO!



El 23 de mayo es el día de la beatificación de Monseñor Oscar Arnulfo Romero, mártir salvadoreño, que murió dando testimonio de la fe en la justicia y en el servicio a los más pobres y olvidados. Él fue un pastor entregado a su pueblo que sufría la violencia, la persecución y tantas injusticias. Damos gracias a Dios por su testimonio de vida, por haber visto a Cristo en los pobres, por haber construido el Reino de Dios con su palabra y ejemplo. Que él interceda por toda la Iglesia para que ésta sea imagen viva de Jesucristo en este mundo.

viernes, 15 de mayo de 2015

SOMOS SERES QUE TRASCIENDEN

La Ascensión de Jesús al Cielo


¿Qué significa esta celebración litúrgica para nosotros hoy? El mensaje de la Ascensión de Jesús es sobre todo de trascendencia: el Jesús histórico, el que pasó haciendo el bien, el que murió y resucitó, no queda atrapado en el tiempo ni en el espacio, sino que trasciende, va más allá de la historia, al "espacio" de Dios. Regresa al lugar de donde había provenido. De esta manera, queda abierta la posibilidad para el ser humano de trascender. "Subir al cielo" es llegar al lugar al que pertenecemos.

Pero ya desde aquí y ahora gozamos de esta trascendencia cuando optamos vivir los valores del Reino que Jesús predicó y enseñó con su vida, cuando descubrimos a Dios presente en el cotidiano y le permitimos que Él llene de alegría y sentido nuestra vida humana y comunitaria, cuando vamos más allá del egoísmo y de la autoreferencialidad y preferimos amar y entregar la vida por los demás.

Cuando Jesús es levantado en presencia de sus discípulos, ellos se quedan pasmados mirando al cielo como si ya no quisieran volver a la realidad, pues esa experiencia divina los atrapó; sin embargo, son cuestionados e invitados a vivir en la esperanza: "¿Qué hacen ahí mirando al cielo? Éste que les ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá así tal como le han visto subir al cielo" (Hch 1,11). Las personas que siguen a Jesús no pueden permanecer siempre mirando más allá de su realidad: están llamadas a cargar ese cielo en su corazón bajo el motor de la esperanza que hace que la espera sea vivida en la acción, en la construcción del Reino de Dios aquí y ahora.

La experiencia de la trascendencia de la Ascensión del Señor vive en nuestro corazón y esa Buena Nueva comunicamos a los demás. Somos seres que no estamos llamados a quedar perdidos en el límite del tiempo y del espacio conocidos, somos seres que trascienden. La experiencia de Dios en nuestra vida cristiana nos hace ser personas "en salida", obedientes a Jesús que dice: "Vayan por todo el mundo y prediquen la Buena Nueva a toda la creación" (Mc 16,15). Jesús nos invita a salir de nuestra comodidad burguesa, de nuestros egoísmos, envidias, celos, rencores, de todo aquello que nos hace vivir encerrados en nosotros mismos, salir de nuestro territorio y seguridad para anunciar lo que Dios hace en nuestra vida, para decir a todos que el Evangelio es la solución a tantos males presentes en nuestras sociedades y el mundo.

La experiencia de liberación y de trascendencia que vivimos ya aquí y ahora tiene que ser comunicada a los demás; sí, transmitimos una Buena Nueva hecha vida en nuestras vidas, un Evangelio que nos conduce a construir una comunidad donde Dios reina y que nos lleva a "conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz" Ef 4,3). Trascender nos hace ser personas de comunidad, a ser "un solo Cuerpo... con un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos" (Ef 4,4). Que así sea.

jueves, 14 de mayo de 2015

SUR SUDÁN, EN CRISIS HUMANITARIA

¡OREMOS POR SUDÁN DEL SUR Y POR LOS MISIONEROS Y MISIONERAS COMBONIANAS QUE ALLÁ TRABAJAN!

Tres misioneros y una misionera combonianos fueron evacuados de la misión de Leer el sábado pasado, 9 de mayo. Los misioneros y más de veinte funcionarios de la organizaciones de ayuda humanitaria que trabajan en aquella región fueron transportados en dos helicópteros de la ONU para la ciudad de Juba, capital de Sur Sudán. Tuvieron que dejar la misión debido a un inminente ataque de parte de las fuerzas del gobierno a la ciudad de Leer. El pueblo corrió a refugiarse en el campo o a los poblados más cercanos


Tanto el gobierno como la oposición continúan violando el acuerdo de cese al fuego y el permitir que llegue ayuda humanitaria. La crisis humanitaria, que ya era grave, ahora tiende a empeorar. Es probable que la misión de Leer sea saqueada una vez más.






martes, 12 de mayo de 2015

EL PAPA FRANCISCO NOS VISITA Y ESTAMOS ALEGRES

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El Papa Francisco visitará el país de Ecuador el próximo mes de julio, del 6 al 8. La Iglesia ecuatoriana se está preparando para dicho evento, incluyendo la vida consagrada. A continuación compartimos una reflexión que prepara a las y los consagrados de Ecuador para recibir al Papa.

¡Qué hermosos son los pies del Mensajero de la Paz! (Cfr. Isaías 52,7)


Mensaje a las Mujeres y Hombres
Consagrados del Ecuador

El Papa Francisco nos visita y estamos alegres. Estamos alegres con nuestro pueblo ecuatoriano que percibe en este acontecimiento una bendición particular de Dios. Estamos alegres con todas las personas comprometidas por una sociedad más justa y solidaria, porque encuentran en este evento una esperanza para alimentar sus anhelos más profundos y fortalecer sus luchas más genuinas. Estamos alegres con la Iglesia, porque recibe a Pedro, Vicario de Cristo y Guía espiritual, y espera de él una palabra de consuelo y un estímulo para robustecer su fidelidad al evangelio en el compromiso por construir una comunidad humana fraterna y llena de la Vida abundante que Jesucristo nos ha obtenido con su muerte y resurrección (cfr. Do-cumento de Aparecida 347 - 379).
Sentimos que nuestro servicio profético, como Vida Consagrada del Ecuador, consiste en colaborar a los varios niveles, eclesiales y sociales, para que esta Visita se convierta en un kairós (tiempo oportuno de gracia) para todos sin excepción.

Creemos que la finalidad última del Encuentro con Papa Francisco – usando sus mismas expresiones – es “curar heridas y calentar corazones”; o dicho de otra manera, parafraseando sus propias ideas: viene para invitarnos a “encender nuestros corazones en el fuego del encuentro con Cristo y acrecentar la pasión misionera que nos lleve a compartir su Misericordia con todas las personas, especialmente con los más pobres y abandonados” (cfr. Evangelii Gaudium 1 - 48).

¿Qué viene a decirnos? ¿Qué mensaje nos trae?

Ciertamente el Papa Francisco nos sorprenderá, según su estilo latinoamericano espontáneo y su sensibilidad evangélica a flor de piel. Nosotros aquí proponemos algunos puntos de reflexión - sin preocuparnos de hacer citas exactas a cada afirmación para no hacer pesado el texto - con el único obetivo de ayudarnos a preparar su Visita con una mente y espíritu abiertos. Confiamos que cada comunidad religiosa sabrá contextualizarlo en su propia realidad y completarlo para alcanzar el máximo provecho.

1. El Papa Francisco viene para confirmarnos en la Fe. Es el encargo que ha recibido de su Maestro y Señor a la orilla del lago de Galilea, después de haber experimentado su fragilidad y haber confesado su amor sincero (cfr. Jn 21,15-19). Por eso viene a recordarnos que Dios debe ser nuestro Todo y el Centro de nuestro ser y quehacer. Viene a sostener, con su testimonio y su predicación, nuestro Sí a Jesucristo para que lo sigamos con convicción auténtica por el ca-mino de la cruz y del servicio humilde. Viene a pedirnos que no olvidemos el primer amor de nuestra vocación bautismal, cuando prometimos ser totalmente, únicamente y por siempre sus hijos e hijas amados. Viene para pedirnos que no nos dejemos atrapar por ideologías que nos engañan ni caigamos en el narcótico de la indiferencia o la rutina, pretendiendo que podemos construir nuestro futuro sin Dios. Viene simplemente para motivarnos a volver a lo esencial del Credo que profesamos, sabiendo que es la fuente de nuestra felicidad: viviendo en amor del Padre, dejándose llenar de la paz y fuerza del Espíritu Santo y haciendo a Jesucristo el Camino, la Verdad y la Vida que da sentido a la historia humana y a la propia existencia. Viene para señalar tiernamente a María como Madre de Jesús y Madre de todos aquellos que intentan amar como él, como modelo de mujer creyente y discípula fiel hasta el drama crucial del calvario y después presencia activa y materna en Pentecostés. Viene sin duda a hacernos experimentar que somos Iglesia, comunidad de pecadores perdonados, donde se nos proclama que somos hermanos y hermanas porque somos igualmente amados por el Padre común y participamos de la misma esperanza de la bienaventuranza eterna.

2. Ciertamente el Papa Francisco nos desafiará para que seamos una Iglesia “en salida” (misionera) hacia las periferias existenciales. Para que pongamos la evangelización como la prioridad fundamental de nuestra tarea pastoral. Para que superemos la tentación de ser autoreferenciales (buscar solo nuestros intereses), olvidándonos de la lucha por el Reino de Dios y su justicia como la urgencia más apremiante para una humanidad drásticamente violenta y sufriente. Para que no nos contentemos simplemente con una pastoral de mantenimiento a los que ya están dentro, resistiéndonos al reto de ir hasta los confines de la tierra y hacia toda creatura según el mandato misionero que nos encomendó Jesucristo. Nos repetirá que prefiere una Iglesia accidentada porque ha arriesgado a favor del hermano y la hermana “alejado y excluido”, a una Iglesia cómoda, encerrada, sorda y muda, paralizada por la inercia. A los jóvenes les pedirá que hagan “bulla” y sean testigos apasionados de Jesucristo y contagien con su entusiasmo al mundo moderno. Y a todos, sin excepción, nos invitará a mirar a nuestro alrededor para dejarnos tocar del dolor humano y entonces salir a las calles del mundo como misioneros de misericordia, testimoniando la esperanza que no defrauda.

3. Papa Francisco abrazará a nuestros enfermos, besará a más de un pordiosero, acariciará a tantos niños que a su corta edad arrastran ya una larga historia de sufrimiento, apretará las manos con especial dignidad de sus hermanos negros, indígenas y mestizos, y lo hará no como espectáculo sino desde su corazón de padre, al estilo de Jesús. Nos dirá cosas tan simples - pero que son las más negadas - como las siguientes: “que no perdamos la capacidad de llorar” (por los que mueren cruzando el mar Mediterráneo soñando un futuro mejor para sus familias o refiriéndose al flagelo de las guerras, del narcotráfico o de terremotos o tragedias semejantes), “que una sociedad que descarta a los débiles o a los ancianos no tiene futuro”, “que no nos dé asco el contacto con ciertas situaciones humanas de total degradación para iluminarlas con el abrazo de la ternura divina”, “que no aceptemos una economía que genera exclusión, idolatra el dinero, gobierna en lugar de servir… Nos dirá que “Mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo y en definitiva ningún problema. La inequidad es raíz de los males sociales” (EG 202). En síntesis, con sus gestos nos proclamará que Dios está cercano a nosotros y nunca nos abandona, y que la actualidad del Reino sigue perteneciendo a los pobres, a los que lloran, a los puros de corazón, a los que luchan por la paz y la justicia, a los pequeños y a los que no cuentan a los ojos del mundo.

4. Ya desde ahora, el Papa Francisco nos llama a llenarnos y dar testimonio de la alegría cristiana, liberadora y esperanzadora: Se trata de la alegría que brota de una fe madura y acrisolada por la sabiduría de las luchas cotidianas, no del hedonismo o de la mediocridad que rinde culto al propio ego. “La Alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría” (EG 1)… “La vida se alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida a los otros. Eso es en definitiva la misión. Por consiguiente, un evangelizador no debería tener permanentemente cara de funeral. Recobremos y acrecentemos el fervor, la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas… Y ojalá el mundo actual – que busca a veces con angustia, a veces con esperanza- pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo” (EG 10).

5. De manera particular, el religioso Papa Francisco, con gran simpatía, provocará a los Consagrados (as) con sus imperativos cargados de frescura evangélica: ¡Alégrense! (donde hay religiosos y religiosas hay la alegría inigualable de Cristo); ¡Despierten al mundo! (y también despiértense ustedes mismos); ¡Escruten! (encuentren en la basura de lo que el mundo desecha a los preferidos de Dios; perciban su Presencia en aquellos sumidos en la desgracia y hasta en los que nos rechazan o matan); ¡Salgan! (más allá de sus conventos y de sus miedos); ¡Vivan con coraje y entusiasmo! ¡Lean el pasado con gratitud, vivan el presente con pasión, abracen el futuro con esperanza! Y entonces nos dará nuevamente la consigna de la profecía, del evangelio y de la comunión, como corresponde a la cédula de identidad de la Vida Consagrada. En fin, nos invitará a ser simple-mente los atrevidos de Dios para hoy.

Y nosotros ¿qué queremos decir al Papa Francisco? ¿qué realidad queremos mostrarle y que haga suya?

Es muy significativo que nuestros obispos del Ecuador, en el comunicado del 16 de abril pasado, que pronunciaran ante las cámaras de televisión contando con la presencia del presidente de la nación, para dar la noticia oficial de la visita del Papa Francisco, a efectuarse del 5 al 8 de julio del 2015, dijeran: “En este año dedicado a la Vida Consagrada reviste una especial importancia el insistente llamado del Santo Padre a la fecunda fidelidad de los consagrados, así como al esperado incremento de vocaciones sacerdotales”. Resulta pues una evidente doble gracia el hecho que el Papa llega a nosotros durante el Año dedicado en la Iglesia a la Vida Consagra-da. Eso debe producirnos una respuesta de sincera gratitud a Dios y al Santo Padre, sobre todo debe suscitar en nosotros un compromiso más decisivo por una vida auténtica y una misión profético-mística-liberadora.

Casi como algo simbólico, pero para que las comunidades religiosas se animen a hacer algo con creatividad en sus propios lugares, nuestro Equipo de Reflexión Teológica ha preparado una serie de subsidios (muy sencillos y breves) sobre los siguientes temas: ¿Para qué viene el Papa?; El Papa y la Familia, El Papa y la Ecología (Panamazonia); El Papa y la Misericordia; El Papa y la Vida Consagrada. En realidad se trata de una hoja doblada conteniendo algunas pinceladas de la realidad, iluminada por frases del magisterio del Papa y luego algunas preguntas que nos ayuden a pasar de un recibimiento meramente emotivo a un acoger la Visita mencionada como oportunidad para crecer y dar continuidad aún después de esos días a un compromiso duradero. Se les irán enviando paulatinamente para que les den el uso que juzguen conveniente.

La pregunta queda pendiente: ¿y tú que desearías decirle al Papa Francisco desde tu vivencia de consagración y tu preocupación misionera? Tal vez si escribes una carta al Papa nunca le llegará directamente (o quizá sí, pues él ha acortado las distancias), pero quizás te gustaría enviarnos a nosotros tus inquietudes para compartir con otros… Sea lo que sea, lo importante es que podamos firmarle al Papa Francisco que nos adherimos a su proyecto de renovación desde el evangelio de Jesús y que a partir de su Visita no podamos ser los mismos ni seguir igual.

Que nuestra Señora del Quinche interceda por nosotros para que podamos “Evangelizar con Alegría” como manifiesta el lema de la Visita del Mensajero de la Paz a nuestra hermosa tierra.

“Ave María. Mujer de la Alianza nueva, te decimos feliz porque creíste (cfr. Lc 1,45) y supiste reconocer las huellas del Espíritu de Dios en los grandes acontecimientos y aún en aquellos que parecían imperceptibles. Acompáñanos en nuestra vigilia nocturna hasta las luces del alba en espera del nuevo día. Concédenos la profecía que transmite al mundo la alegría del Evangelio, la felicidad de aquellos que examinan los horizontes de tierras y cielos nuevos (cfr. Ap 21,1) y nos anticipan su presencia en la ciudad humana. Ayúdanos a confesar la fecundidad del Espíritu en el signo de lo esencial y lo pequeño. Concédenos llevar a cabo el acto valeroso del humilde al cual Dios dirige su mirada (Sal 137,6) y a los cuales son revelados los secretos del Reino (cf. Mt 11,25-26), aquí y ahora. Amén” (Escrutad 19).
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Mons. Celmo Lazzari, csj
Obispo Vicariato Apostólico de Sucumbíos
Responsable del Ámbito de Vida Consagrada
Conferencia Episcopal Ecuatoriana
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P. Rafael González Ponce, mccj
Presidente Nacional
Conferencia Ecuatoriana de Religiosos/as

lunes, 11 de mayo de 2015

Id por todo el mundo y predicad el evangelio (Cristo es tu Ruta.Net)

CONVIVIENDO EN LA PAZ


Estamos en espera de Pentecostés, de la Venida del Espíritu Santo. Una de las obras que el Espíritu realiza es la convivencia de las diversas culturas. Es Él quien nos hace vivir en la cultura del encuentro.

Profundizando en la cultura del encuentro descubro que más que ser una técnica misionera es cuestión de ACTITUDES que brotan de las Sagradas Escrituras. Estamos en la era de las culturas que se encuentran por la movilidad humana; vivimos en un mundo global que pertenece a todos pero donde NO NOS ENCONTRAMOS. La cultura del encuentro nos lleva a eso, a encontrarnos verdaderamente con el que es diferente a mí en todos los aspectos: en color, religión, visión del mundo, edad; es la cultura de la inclusión.

La cultura del encuentro se fundamenta en el Dios de la Biblia que se hace cercano al pueblo, que baja para liberarlo y acompañarlo; para escuchar sus esperanzas, sus gritos de dolor, sus alegrías y quejas (cf. Ex 3, 7-8), y que tanto ama a  la humanidad que toma su propia carne para hacerse aún más cercano (cf. Jn 1, 14). Dios, en Jesús, se encuentra con los últimos, los marginados y despreciados para incluirlos en la Fiesta del Amor, de la salvación y de la alegría (cf. Lc 4, 18-19). “Y con esa cercanía, con ese caminar, crea esa cultura del encuentro que nos hace hermanos, nos hace hijos…”[1].

El Papa Francisco sabiamente dijo a los obispos, sacerdotes, religiosas/religiosos en Brasil que “a veces parece que, para algunos, las relaciones humanas estén reguladas por dos “dogmas”: la eficiencia y el pragmatismo”; y resalta los elementos indispensables para hacernos más humanos: “El encuentro y la acogida de todos, la solidaridad y la fraternidad, son los elementos que hacen nuestra civilización verdaderamente humana”.

Podríamos tener las mejores reflexiones sobre misionología pero no hay que olvidar que la misión se lleva ante todo con la vida, con actitudes, más que conceptos. Así la vivió Jesús. ¿De qué nos serviría saber todo sobre la misión en sus diversas dimensiones (ad gentes, intergentes, nueva evangelización) si, como evangelizadores, seguimos adelante en medio de la gente con actitudes de eficiencia y pragmatismo? ¿O saberlo todo sobre la interculturalidad pero seguir teniendo sentimientos de superioridad frente a las otras culturas o religiones, expresándonos negativamente de ellas y evaluándolas desde nuestros propios esquemas mentales?

La cultura del encuentro utiliza las herramientas de la acogida y del diálogo para conocer al otro/la otra diferente a mí. Sin titubear podríamos decir que Jesús fomenta esta cultura cuando se encuentra con la samaritana en el pozo (cf. Jn 4, 1ss); cuando platica con la mujer sirofenicia (cf. Mc 7, 24-30), cuando dialoga con el centurión romano (cf. Mt 8, 5-10). En el mundo creado por Dios, el cual tiene una impronta de diversidad étnica y cultural, el Hijo nos enseña cómo vivir esta pluralidad en la interculturalidad: encontrándose las culturas para enriquecerse mutuamente.

Hay que decir “sí a las relaciones nuevas que genera Jesucristo… Sentimos el desafío de descubrir y transmitir la mística de vivir juntos, de mezclarnos, de encontrarnos, de tomarnos de los brazos, de apoyarnos, de participar de esa marea algo caótica que puede convertirse en una verdadera experiencia de fraternidad, en una caravana solidaria, en una santa peregrinación” (EG 87).

En estas relaciones nuevas que Jesucristo enseña con su propia vida estamos todos llamados a entrar, con respeto de las diferencias pero también proponiendo la riqueza de nuestra fe sin fundamentalismos ni imposiciones. Nos dejamos también enriquecer por el encuentro con la otra/el otro en su diversidad cultural y religiosa. Los evangelizadores de hoy estamos llamados a promover esta cultura del encuentro, que hace la diferencia en medio de culturas de violencia y de muerte, en medio de rivalidades, divisiones y desprecio del otro. Tenemos que ser, como dice el Papa Francisco, “servidores de la comunión y de la cultura del encuentro[2]”.
La cultura del encuentro ciertamente nos humaniza y diviniza porque Dios Trino es encuentro en Sí mismo en la diversidad de sus Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Como discípulos misioneros de Jesucristo deseamos promover esta cultura que nos hermana, que nos hace buscar el bien común y que nos llena de alegría.

Nos encontramos con los otros en sus diferentes etapas de vida: niños/niñas, jóvenes, adultos, adultos mayores, en sus diferencias de género y preferencias sexuales para dialogar, para enriquecernos mutuamente, para compartir la Vida que llevamos dentro. La cultura del encuentro excluye todo tipo de discriminación, de desprecio, de marginación y de violencia.
“Cuando los líderes de los diferentes sectores me piden un consejo, mi respuesta es siempre la misma: Diálogo, diálogo, diálogo. El único modo de que una persona, una familia, una sociedad, crezca; la única manera de que la vida de los pueblos avance, es la cultura del encuentro, una cultura en la que todo el mundo tiene algo bueno que aportar, y todos pueden recibir algo bueno a cambio. El otro siempre tiene algo que darme cuando sabemos acercarnos a él con actitud abierta y disponible, sin prejuicios. Sólo así puede prosperar un buen entendimiento entre las culturas y las religiones, la estima de unas por las otras sin opiniones previas gratuitas y en el respeto de los derechos de cada una”[3].

En la cultura del encuentro las personas son significativas las unas para las otras, y no meros desconocidos, o peor aún, instrumentos para beneficio propio. “Necesitamos edificar, crear, construir una cultura del encuentro. Tantos desencuentros: líos en la familia, ¡siempre! Líos en el barrio, líos en el trabajo, líos en todos lados. Y los desencuentros no ayudan”[4]. Los desencuentros nos provocan amargura, ansiedad, enojo, resentimientos y hasta endurecimiento del corazón, mientras que la cultura del encuentro nos hace estar bien con nosotros mismos, con el prójimo y con Dios, nos lleva a experimentar paz y gozo interior.

Hay que fortalecer la cultura del encuentro en nuestra familia, en nuestro trabajo, escuela, sociedad y comunidad eclesial. Encontrémonos a la manera de Jesús de Nazaret que supo encontrar al otro/otra en su realidad humana, en su necesidad, en sus sueños y esperanzas, en sus enfermedades y dolores, en sus opresiones y angustias, en sus fiestas y cantos. Esto es expresión de la nueva evangelización.


[1] Papa Francisco. Discurso dirigido a la clase dirigente de Brasil, 27 de julio 2013.
[2] Video mensaje del Papa Francisco a los fieles reunidos en el santuario de San Cayetano en Buenos Aires, 7 de agosto 2013.


[3] Homilía del Papa Francisco a los obispos, presbíteros religiosas/os en Brasil, 27 de julio de 2013.


[4] Cardenal Jorge Mario Bergoglio SJ, arzobispo de Buenos Aires en la misa de clausura del Encuentro de Pastoral Urbana Región Buenos Aires (2 de septiembre de 2012).