viernes, 28 de octubre de 2016

AFRICA/SUDAN DEL SUR - EL PAPA Y LOS LIDERES RELIGIOSOS DE SUDAN DEL SUR: "EL PERDON ES LA VIA MAESTRA PARA LA CONSTRUCCION DE LA PAZ"

Juba (Agencia Fides) – El Papa Francisco recibió ayer en audiencia
en el Vaticano, a los principales Jefes religiosos cristianos de Sudan del Sur: a Su Exc. Mons. Paulino Lukudu Loro, arzobispo de Juba, al Rev. Daniel Deng Bul Yak, arzobispo de la Provincia de la Iglesia Episcopal de Sudán del Sur  y Sudán y al Rev. Peter Gai Lual Marrow, Moderador de la Iglesia Presbiteriana de Sudán del Sur. 

“En el contexto de las tensiones que dividen a la población y destruyen la convivencia en el país, se ha tomado acto de  la buena y fructífera colaboración entre las iglesias cristianas, cuya prioridad es brindar  su propia contribución para   promover el bien común, defender la dignidad de la persona, proteger a los indefensos y crear iniciativas de diálogo y reconciliación” se lee en el comunicado de la Sala de prensa vaticana. “A la luz del Año de la Misericordia que está celebrando la Iglesia Católica, se ha subrayado que la experiencia fundamental del perdón y la aceptación del otro son el camino real para construir la paz y el desarrollo humano y social. A este respecto, se ha constatado que las diversas Iglesias cristianas están comprometidas, en un espíritu de comunión y de unidad, en el servicio a la población, promoviendo la difusión de una cultura del encuentro y del compartir”. (L.M.) (Agencia Fides 28/10/2016)

martes, 25 de octubre de 2016

AMERICA/HAITI - DESPUÉS DEL HURACÁN AUMENTA EL RIESGO DE EXPLOTACIÓN Y ABUSO DE MUJERES Y NIÑOS

Port au Prince (Agencia Fides) – Las mujeres y los niños en Haití corren un alto riesgo de caer en la explotación sexual y la trata como resultado del huracán. Según los organismos humanitarios, a partir del 4 de octubre, miles de mujeres y niños se han visto obligados a emigrar a las ciudades y a la capital, Port-au-Prince, en busca de alimento y refugio. Alrededor de medio millón de personas han perdido sus hogares y sus medios de vida. Actualmente en todo el país hay 800.000 personas que necesitan ayuda urgente. 

Los niños de las familias más pobres son los que corren el mayor peligro de ser explotados. Incluso antes de la tempestad el trabajo infantil en Haití era un problema. De acuerdo con un informe de 2015 del Institute for Labour and Social Research (FAFO), unos 207 mil niños se veían obligados a realizar tareas del hogar. Para tratar de detener el tráfico de niños, la organización benéfica World Vision tiene como objetivo establecer 30 centros para proporcionar apoyo psicológico y proteger a aquellos que están separados de sus familias o las han perdido. UNICEF calcula que 125 mil niños necesitan ser protegidos de la violencia, de la explotación y del abuso. La reconstrucción de escuelas destruidas y el reunir a los niños con sus familias son la clave para prevenir el fenómeno. Unas 175 mil personas, desplazadas por las inundaciones y los deslizamientos de tierra, viven en más de 200 refugios temporales donde las mujeres y niñas corren el riesgo de sufrir viol encia sexual.(AP) (25/10/2016 Agencia Fides)

AMERICA/HONDURAS - NIÑOS OBLIGADOS A DEJAR LA ESCUELA PARA TRABAJAR Y AYUDAR A SUS FAMILIAS

San Pedro Sula (Agencia Fides) - La falta de recursos en las familias de San Pedro Sula, en Honduras, está obligando a los niños que viven en las zonas periféricas de la ciudad a abandonar la escuela para buscar trabajo. A través de un estudio llevado a cabo por la Comisión de Acción Social Menonita (Casm) en cuatro localidades de San Pedro Sula, emerge que el 10% de los niños en el grupo de edades comprendidas entre los 5 y 18 años no estudia o abandona la escuela a mitad del año. Las principales causas son la falta de dinero en los hogares y el trabajo infantil que resulta como consecuencia. En los cuatro pueblos en los que trabaja la Casm, viven 1.852 niños, 175 de ellos han abandonado la educación para trabajar. Además, la escuela Dionisio de Herrera, del pueblo de Río Piedras, a principios de año estaban matriculados mil estudiantes, pero por lo menos 100 ya se han retirado para ayudar económicamente a sus familias. (AP) (25/10/2016 Agencia Fides)

CANONIZACION DE JOSELITO MARTIR CRISTERO MEXICANO


VATICANO, 16 Oct. 16 / 04:11 am (ACI).- Ante cientos de miles de fieles presentes llegados de todas partes del mundo y que abarrotaron la Plaza de San Pedro en el Vaticano, el Papa Francisco presidió la Misa de canonización de siete nuevos santos.

A continuación el texto completo de su homilía:

Al inicio de la celebración eucarística de hoy hemos dirigido al Señor esta oración: «Crea en nosotros un corazón generoso y fiel, para que te sirvamos siempre con fidelidad y pureza de espíritu» (Oración Colecta).


Nosotros solos no somos capaces de alcanzar un corazón así, sólo Dios puede hacerlo, y por eso lo pedimos en la oración, lo imploramos a él como don, como «creación» suya. De este modo, hemos sido introducidos en el tema de la oración, que está en el centro de las Lecturas bíblicas de este domingo y que nos interpela también a nosotros, reunidos aquí para la canonización de algunos nuevos Santos y Santas. Ellos han alcanzado la meta, han adquirido un corazón generoso y fiel, gracias a la oración: han orado con todas las fuerzas, han luchado y han vencido.

Orar, por tanto, como Moisés, que fue sobre todo hombre de Dios, hombre de oración. Lo contemplamos hoy en el episodio de la batalla contra Amalec, de pie en la cima del monte con los brazos levantados; pero, en ocasiones, dejaba caer los brazos por el peso, y en esos momentos al pueblo le iba mal; entonces Aarón y Jur hicieron sentar a Moisés en una piedra y mantenían sus brazos levantados, hasta la victoria final.Este es el estilo de vida espiritual que nos pide la Iglesia: no para vencer la guerra, sino para vencer la paz. En el episodio de Moisés hay un mensaje importante: el compromiso de la oración necesita del apoyo de otro. El cansancio es inevitable, y en ocasiones ya no podemos más, pero con la ayuda de los hermanos nuestra oración puede continuar, hasta que el Señor concluya su obra.

San Pablo, escribiendo a su discípulo y colaborador Timoteo le recomienda que permanezca firme en lo que ha aprendido y creído con convicción (cf. 2 Tm 3,14). Pero tampoco Timoteo no podía hacerlo solo: no se vence la «batalla» de la perseverancia sin la oración. Pero no una oración esporádica e inestable, sino hecha como Jesús enseña en el Evangelio de hoy: «Orar siempre sin desanimarse» (Lc 18,1). Este es el modo del obrar cristiano: estar firmes en la oración para permanecer firmes en la fe y en el testimonio. Y de nuevo surge una voz dentro de nosotros: «Pero Señor, ¿cómo es posible no cansarse? Somos seres humanos, incluso Moisés se cansó». Es cierto, cada uno de nosotros se cansa. Pero no estamos solos, hacemos parte de un Cuerpo. Somos miembros del Cuerpo de Cristo, la Iglesia, cuyos brazos se levantan al cielo día y noche gracias a la presencia de Cristo resucitado y de su Espíritu Santo. Y sólo en la Iglesia y gracias a la oración de la Iglesia podemos permanecer firmes en la fe y en el testimonio.

Hemos escuchado la promesa de Jesús en el Evangelio: Dios hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche (cf. Lc 18,7). Este es el misterio de la oración: gritar, no cansarse y, si te cansas, pide ayuda para mantener las manos levantadas. Esta es la oración que Jesús nos ha revelado y nos ha dado a través del Espíritu Santo. Orar no es refugiarse en un mundo ideal, no es evadir a una falsa quietud. Por el contrario, orar y luchar, y dejar que también el Espíritu Santo ore en nosotros. Es el Espíritu Santo quien nos enseña a rezar, quien nos guía en la oración y nos hace orar como hijos.

Los santos son hombres y mujeres que entran hasta el fondo del misterio de la oración. Hombres y mujeres que luchan con la oración, dejando al Espíritu Santo orar y luchar en ellos; luchan hasta el extremo, con todas sus fuerzas, y vencen, pero no solos: el Señor vence a través de ellos y con ellos. También estos siete testigos que hoy han sido canonizados, han combatido con la oración la buena batalla de la fe y del amor. Por ello han permanecido firmes en la fe con el corazón generoso y fiel. Que, con su ejemplo y su intercesión, Dios nos conceda también a nosotros ser hombres y mujeres de oración; gritar día y noche a Dios, sin cansarnos; dejar que el Espíritu Santo ore en nosotros, y orar sosteniéndose unos a otros para permanecer con los brazos levantados, hasta que triunfe la Misericordia Divina.

jueves, 13 de octubre de 2016

IGLESIA MISIONERA, TESTIGO DE MISERICORDIA

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA JORNADA MUNDIAL DE LAS MISIONES 2016



Queridos hermanos y hermanas:
El Jubileo extraordinario de la Misericordia, que la Iglesia está celebrando, ilumina también de modo especial la Jornada Mundial de las Misiones 2016: nos invita a ver la misión ad gentes como una grande e inmensa obra de misericordia tanto espiritual como material. En efecto, en esta Jornada Mundial de las Misiones, todos estamos invitados a «salir», como discípulos misioneros, ofreciendo cada uno sus propios talentos, su creatividad, su sabiduría y experiencia en llevar el mensaje de la ternura y de la compasión de Dios a toda la familia humana. En virtud del mandato misionero, la Iglesia se interesa por los que no conocen el Evangelio, porque quiere que todos se salven y experimenten el amor del Señor. Ella «tiene la misión de anunciar la misericordia de Dios, corazón palpitante del Evangelio» (Bula Misericordiae vultus, 12), y de proclamarla por todo el mundo, hasta que llegue a toda mujer, hombre, anciano, joven y niño.

La misericordia hace que el corazón del Padre sienta una profunda alegría cada vez que encuentra a una criatura humana; desde el principio, él se dirige también con amor a las más frágiles, porque su grandeza y su poder se ponen de manifiesto precisamente en su capacidad de identificarse con los pequeños, los descartados, los oprimidos (cf. Dt 4,31; Sal 86,15; 103,8; 111,4). Él es el Dios bondadoso, atento, fiel; se acerca a quien pasa necesidad para estar cerca de todos, especialmente de los pobres; se implica con ternura en la realidad humana del mismo modo que lo haría un padre y una madre con sus hijos (cf. Jr 31,20). El término usado por la Biblia para referirse a la misericordia remite al seno materno: es decir, al amor de una madre a sus hijos, esos hijos que siempre amará, en cualquier circunstancia y pase lo que pase, porque son el fruto de su vientre. Este es también un aspecto esencial del amor que Dios tiene a todos sus hijos, especialmente a los miembros del pueblo que ha engendrado y que quiere criar y educar: en sus entrañas, se conmueve y se estremece de compasión ante su fragilidad e infidelidad (cf. Os 11,8). Y, sin embargo, él es misericordioso con todos, ama a todos los pueblos y es cariñoso con todas las criaturas (cf. Sal 144.8-9).

La manifestación más alta y consumada de la misericordia se encuentra en el Verbo encarnado. Él revela el rostro del Padre rico en misericordia, «no sólo habla de ella y la explica usando semejanzas y parábolas, sino que además, y ante todo, él mismo la encarna y personifica» (Juan Pablo II, Enc. Dives in misericordia, 2). Con la acción del Espíritu Santo, aceptando y siguiendo a Jesús por medio del Evangelio y de los sacramentos, podemos llegar a ser misericordiosos como nuestro Padre celestial, aprendiendo a amar como él nos ama y haciendo que nuestra vida sea una ofrenda gratuita, un signo de su bondad (cf. BulaMisericordiae vultus, 3). La Iglesia es, en medio de la humanidad, la primera comunidad que vive de la misericordia de Cristo: siempre se siente mirada y elegida por él con amor misericordioso, y se inspira en este amor para el estilo de su mandato, vive de él y lo da a conocer a la gente en un diálogo respetuoso con todas las culturas y convicciones religiosas.

Muchos hombres y mujeres de toda edad y condición son testigos de este amor de misericordia, como al comienzo de la experiencia eclesial. La considerable y creciente presencia de la mujer en el mundo misionero, junto a la masculina, es un signo elocuente del amor materno de Dios. Las mujeres, laicas o religiosas, y en la actualidad también muchas familias, viven su vocación misionera de diversas maneras: desde el anuncio directo del Evangelio al servicio de caridad. Junto a la labor evangelizadora y sacramental de los misioneros, las mujeres y las familias comprenden mejor a menudo los problemas de la gente y saben afrontarlos de una manera adecuada y a veces inédita: en el cuidado de la vida, poniendo más interés en las personas que en las estructuras y empleando todos los recursos humanos y espirituales para favorecer la armonía, las relaciones, la paz, la solidaridad, el diálogo, la colaboración y la fraternidad, ya sea en el ámbito de las relaciones personales o en el más grande de la vida social y cultural; y de modo especial en la atención a los pobres.

En muchos lugares, la evangelización comienza con la actividad educativa, a la que el trabajo misionero le dedica esfuerzo y tiempo, como el viñador misericordioso del Evangelio (cf. Lc 13.7-9; Jn 15,1), con la paciencia de esperar el fruto después de años de lenta formación; se forman así personas capaces de evangelizar y de llevar el Evangelio a los lugares más insospechados. La Iglesia puede ser definida «madre», también por los que llegarán un día a la fe en Cristo. Espero, pues, que el pueblo santo de Dios realice el servicio materno de la misericordia, que tanto ayuda a que los pueblos que todavía no conocen al Señor lo encuentren y lo amen. En efecto, la fe es un don de Dios y no fruto del proselitismo; crece gracias a la fe y a la caridad de los evangelizadores que son testigos de Cristo. A los discípulos de Jesús, cuando van por los caminos del mundo, se les pide ese amor que no mide, sino que tiende más bien a tratar a todos con la misma medida del Señor; anunciamos el don más hermoso y más grande que él nos ha dado: su vida y su amor.

Todos los pueblos y culturas tienen el derecho a recibir el mensaje de salvación, que es don de Dios para todos. Esto es más necesario todavía si tenemos en cuenta la cantidad de injusticias, guerras, crisis humanitarias que esperan una solución. Los misioneros saben por experiencia que el Evangelio del perdón y de la misericordia puede traer alegría y reconciliación, justicia y paz. El mandato del Evangelio: «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado» (Mt 28,19-20) no está agotado, es más, nos compromete a todos, en los escenarios y desafíos actuales, a sentirnos llamados a una nueva «salida» misionera, como he señalado también en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium: «Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio» (20).

En este Año jubilar se cumple precisamente el 90 aniversario de la Jornada Mundial de las Misiones, promovida por la Obra Pontificia de la Propagación de la Fe y aprobada por el Papa Pío XI en 1926. Por lo tanto, considero oportuno volver a recordar la sabias indicaciones de mis predecesores, los cuales establecieron que fueran destinadas a esta Obra todas las ofertas que las diócesis, parroquias, comunidades religiosas, asociaciones y movimientos eclesiales de todo el mundo pudieran recibir para auxiliar a las comunidades cristianas necesitadas y para fortalecer el anuncio del Evangelio hasta los confines de la tierra. No dejemos de realizar también hoy este gesto de comunión eclesial misionera. No permitamos que nuestras preocupaciones particulares encojan nuestro corazón, sino que lo ensanchemos para que abarque a toda la humanidad.

Que Santa María, icono sublime de la humanidad redimida, modelo misionero para la Iglesia, enseñe a todos, hombres, mujeres y familias, a generar y custodiar la presencia viva y misteriosa del Señor Resucitado, que renueva y colma de gozosa misericordia las relaciones entre las personas, las culturas y los pueblos.

Vaticano, 15 de mayo de 2016, Solemnidad de Pentecostés
Francisco

SAN DANIEL COMBONI, APOSTOL DE CRISTO ENTRE LOS AFRICANOS

REDACCIÓN CENTRAL, 10 Oct. 16 / 12:03 am (ACI).- “Hacen falta evangelizadores que tengan el entusiasmo y el celo apostólico del Obispo Daniel Comboni, apóstol de Cristo entre los africanos”, dijo San Juan Pablo II sobre este gran misionero, cuya fiesta es cada 10 de octubre.

“Él empleó los recursos de su rica personalidad y de su sólida espiritualidad para dar a conocer a Cristo y hacer que fuera acogido en África, continente que amaba profundamente”, añadió el Pontífice en la homilía de Canonización de San Daniel Comboni, el 05 de octubre de 2003.

San Daniel nació en Limone sul Garda (Brescia, Italia) en 1831, en una familia de campesinos pobres. Estudió en Verona, en el Colegio San Carlo, donde asistían chicos de escasos recursos. Más adelante irá descubriendo su vocación sacerdotal y misionera.


Es ordenado sacerdote en 1854 y años después parte a las misiones en África, donde se encuentra con una realidad de pobreza muy chocante. Regresa a Italia y se dedica a pedir ayuda  para la misión africana, incluso en el Concilio Vaticano I.

Fundó dos Institutos misioneros que hoy son los llamados Misioneros Combonianos y Misioneras Combonianas. Es nombrado Vicario Apostólico de África Central y consagrado Obispo en 1877.

Junto a los africanos, vivió sequías, el ver morir a su gente, la lucha contra la esclavitud y hasta acusaciones infundadas. Sin embargo, se mantuvo fiel a la Cruz para lograr la consolidación de la actividad misionera. Después de haber servido a Cristo en su querida África, retornó a la Casa del Padre un 10 de octubre de 1881.

domingo, 2 de octubre de 2016

DISCURSO DEL PAPA FRANCISCO EN EL ENCUENTRO INTERRELIGIOSO EN AZERBAIYAN



BAKÚ, 02 Oct. 16 / 09:20 am (ACI).- Luego de la audiencia con el jeque de los musulmanes del Cáucaso en la mezquita “Heydar Aliyev”, el Papa Francisco sostuvo un encuentro interreligioso en ese lugar con los principales líderes de Azerbaiyán.

A continuación el texto completo de su discurso:

Es una bendición encontrarnos aquí juntos. Deseo dar las gracias al Líder de la comunidad musulmana del Cáucaso, que, con su habitual cortesía nos acoge, y a los Líderes religiosos locales de la Iglesia Ortodoxa Rusa y de la Comunidad judía. Es un gran signo reunirnos en amistad fraterna en este lugar de oración, un signo que manifiesta esa armonía que las religiones juntas pueden construir a partir de las relaciones personales y de la buena voluntad de los responsables.

Aquí se comprueba, por ejemplo, la ayuda concreta que el Líder de la comunidad musulmana ha garantizado en diversas ocasiones a la comunidad católica, y los sabios consejos que, en un espíritu de familia, comparte con ella; hay que destacar también el hermoso lazo que une a los católicos con la comunidad ortodoxa, en una fraternidad concreta y en un afecto cotidiano que es un ejemplo para todos, así como la cordial amistad con la comunidad judía.

De esta concordia se beneficia Azerbaiyán, que se distingue por la acogida y la hospitalidad, dones que he podido experimentar en esta memorable jornada, por la cual estoy muy agradecido. Aquí se desea custodiar el gran patrimonio de las religiones y se busca al mismo tiempo una mayor y fecunda apertura: aunque el catolicismo, por ejemplo, encuentra lugar y armonía entre otras religiones mucho más numerosas, signo concreto que muestra cómo no la contraposición, sino la colaboración, es lo que ayuda a construir sociedades mejores y pacíficas.

Nuestro encuentro está también en continuidad con las muchas reuniones que tienen lugar en Bakú para promover el diálogo y la multiculturalidad. Abriendo las puertas a la acogida y a la integración, se abren las puertas de los corazones de cada uno y las puertas de la esperanza para todos. Confío en que este país, «puerta entre el Oriente y el Occidente» (Juan Pablo II, Discurso en la ceremonia de bienvenida, Bakú, 22 Mayo 2002), cultive siempre su vocación de apertura y de encuentro, condiciones indispensables para construir puentes sólidos de paz y un futuro digno del hombre.

La fraternidad y el intercambio que queremos aumentar no será apreciado por aquellos que quieren hacer hincapié en las divisiones, reavivar tensiones y sacar ganancias de conflictos y controversias; sin embargo, son invocados y esperados por quienes desean el bien común, y sobre todo agradan a Dios, compasivo y misericordioso, que quiere a los hijos e hijas de la única familia humana más unidos entre sí y siempre en diálogo. Un gran poeta, hijo de esta tierra, escribió: «Si eres humano, mézclate con los humanos, porque los hombres están bien entre ellos» (Nizami Ganjavi, El libro de Alejandro).


Abrirse a los demás no empobrece, sino que más bien enriquece, porque ayuda a ser más humanos: a reconocerse parte activa de un todo más grande y a interpretar la vida como un regalo para los otros; a ver como objetivo no los propios intereses, sino el bien de la humanidad; a actuar sin idealismos y sin intervencionismos, sin ninguna interferencia perjudicial o acción forzada, sino siempre respetando la dinámica histórica de las culturas y de las tradiciones religiosas.

Las religiones tienen precisamente una gran tarea: acompañar a los hombres en la búsqueda del sentido de la vida, ayudándoles a entender que las limitadas capacidades del ser humano y los bienes de este mundo nunca deben convertirse en un absoluto. Nizami ha escrito también: «No te establezcas firmemente sobre tu propia fuerza, hasta que en el cielo no hayas encontrado un hogar. Los frutos del mundo  o son eternos, no adores aquello que perece» (Leyl? y Majn?n, Muerte de Majn?n sobre la tumba de Leyl?).

Las religiones están llamadas a hacernos comprender que el centro del hombre está fuera de sí mismo, que tendemos hacia lo Alto infinito y hacia el otro que tenemos al lado. Hacia allí está llamada a encaminarse la vida, hacia el amor más elevado y más concreto: sólo este puede ser el culmen de toda aspiración auténticamente religiosa; porque —dice también el poeta— «amor es aquello que nunca cambia, amor es aquello que no tiene fin» (ibíd., Desesperación de Majn?n).

Por lo tanto, la religión es una necesidad para el hombre, para realizar su fin, una brújula para orientarlo hacia el bien y alejarlo del mal, que está siempre al acecho en la puerta de su corazón (cf. Gn 4,7). En este sentido, las religiones tienen una tarea educativa: ayudar al hombre a dar lo mejor de sí. Y nosotros, como guías, tenemos una gran responsabilidad para ofrecer respuestas auténticas a la búsqueda del hombre, a menudo perdido en las vertiginosas paradojas de nuestro tiempo.

En efecto, vemos cómo en nuestros días, arrecia por un lado el nihilismo de los que ya no creen en nada, excepto en sus propios intereses, ventajas y provechos, de los que tiran sus vidas adaptándose al dicho «si Dios no existe todo está permitido» (cf. F. M. Dostoievski, Los hermanos Karamazov, XI, 4.8.9); por otro lado, surgen cada vez más las reacciones duras y fundamentalistas de aquellos que, con la violencia de la palabra y de los gestos, quieren imponer actitudes extremas y radicalizadas, las más lejanas del Dios vivo.

Las religiones, por el contrario, ayudan a discernir el bien y ponerlo en práctica con las obras, con la oración y con el esfuerzo del trabajo interior, están llamadas a edificar la cultura del encuentro y de la paz, hecha de paciencia, comprensión, pasos humildes y concretos. Así se sirve a la sociedad humana. Esta, por su parte, debe vencer la tentación de instrumentalizar el factor religioso: las religiones nunca han de ser manipuladas y nunca pueden favorecer conflictos y enfrentamientos.

En cambio, es fecundo un vínculo virtuoso entre la sociedad y las religiones, una alianza respetuosa que se debe construir y preservar, y que quisiera simbolizar con una imagen apreciada en este país. Me refiero a las artísticas vidrieras que hay desde hace siglos en estas tierras, hechas solamente de madera y cristales de color (Shebeke). En la producción artesanal, hay una característica única: no se utilizan pegamentos ni clavos, sino que se mantienen unidos la madera y el cristal, encajándolos entre sí por un trabajo largo y laborioso.

Así, la madera sujeta el cristal y el cristal deja pasar la luz. Del mismo modo, toda sociedad civil tiene la tarea de apoyar la religión, que permite la entrada de una luz indispensable para vivir: para ello es necesario garantizar una efectiva y auténtica libertad. No se han de utilizar, pues, «pegamentos» artificiales que obliguen al hombre a creer, imponiéndole un determinado credo y privándolo de la libertad de elección; tampoco han de entrar en las religiones los «clavos» externos de los intereses mundanos, de la ambición de poder y de dinero.

Porque Dios no puede ser invocado por intereses partidistas y fines egoístas, no puede justificar forma alguna de fundamentalismo, imperialismo o colonialismo. Una vez más, desde este lugar tan significativo, se eleva el grito afligido: «¡Nunca más violencia en nombre de Dios!». Que su santo nombre sea adorado, no profanado y ni mercantilizado por los odios y los conflictos humanos.

Honramos, sin embargo, la providente misericordia divina sobre nosotros con la oración asidua y con el diálogo concreto, «condición necesaria para la paz en el mundo, y por lo tanto deber para los cristianos, así como para las otras comunidades religiosas» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 250).


La oración y el diálogo están profundamente relacionados entre sí: nacen de la apertura del corazón y se inclinan hacia el bien de los otros, enriqueciéndose así y reforzándose mutuamente. La Iglesia Católica, en continuidad con el Concilio Vaticano II, con convicción, «exhorta a sus hijos a que, con prudencia y caridad, mediante el diálogo y la colaboración con los adeptos de otras religiones, dando testimonio de fe y vida cristiana, reconozcan, guarden y promuevan aquellos bienes espirituales y morales, así como los valores socioculturales que en ellos existen»

(Decl. Nostra aetate, 2). Ningún «sincretismo conciliador», ni «una apertura diplomática, que dice que sí a todo para evitar problemas» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 251), sino dialogar con los demás y orar por todos: estos son nuestros medios para cambiar sus lanzas en podaderas (cf. Is 2,4), para hacer surgir amor donde hay odio, y perdón donde hay ofensa, para no cansarse de implorar y seguir los caminos de la paz.

Una paz verdadera, fundada sobre el respeto mutuo, sobre el encuentro y el intercambio, sobre la voluntad de ir más allá de los prejuicios y los errores del pasado, sobre la renuncia a las falsedades y a los intereses partidistas; una paz duradera animada por el valor de superar las barreras, de erradicar la pobreza y la injusticia, de denunciar y detener la proliferación de armas y las ganancias inicuas obtenidas sobre la piel de los otros.

La voz de mucha sangre grita a Dios desde la tierra, nuestra casa común (cf. Gn 4,10). Ahora tenemos el reto de dar una respuesta que no puede aplazarse por más tiempo, para construir juntos un futuro de paz: no es tiempo de soluciones violentas y bruscas, sino la hora urgente de emprender procesos pacientes de reconciliación.

El verdadero problema de nuestro tiempo no es cómo llevar adelante nuestros intereses, sino qué perspectiva de vida ofrecer a las generaciones futuras, cómo dejar un mundo mejor del que hemos recibido. Dios, y la historia misma, nos preguntarán si hemos trabajado hoy por la paz; ya nos lo piden con ardor las jóvenes generaciones, que sueñan con un futuro diferente.

En la noche de los conflictos que estamos atravesando, las religiones son auroras de paz, semillas de renacimiento entre devastaciones de muerte, ecos de diálogo que resuenan sin descanso, caminos de encuentro y reconciliación para llegar allí donde los intentos de mediación oficiales parecen no surtir efecto.

Especialmente en esta querida región del Cáucaso, que yo tanto quería visitar y a la cual he venido como peregrino de paz, que las religiones sean vehículos activos para superar las tragedias del pasado y las tensiones de hoy.

Que las riquezas inestimables de estos países sean conocidas y valoradas: los tesoros antiguos y siempre nuevos de la sabiduría, la cultura y la religiosidad de las gentes del Cáucaso son un gran recurso para el futuro de la región y, en particular, para la cultura europea, bienes preciosos a lo que no podemos renunciar.

HOY CELEBRAMOS A SANTA TERESITA DEL NIÑO JESUS. PATRONA UNIVERSAL DE LAS MISIONES


REDACCIÓN CENTRAL, 01 Oct. 16 / 12:03 am (ACI).- "Quiero pasar mi cielo haciendo el bien en la tierra", decía Santa Teresa del Niño Jesús o también conocida como Santa Teresa de Lisieux, cuya fiesta se celebra cada 01 de octubre. Es patrona de las misiones y Doctora de la Iglesia.

Santa Teresa vivió solo 24 años: nació un 2 de enero de 1873 y murió el 30 de septiembre de 1897. En su entierro no hubo más de 30 personas en el cementerio de Lisieux. Sin embargo, esta joven santa dejaría un gran legado de amor para la Iglesia que se conocería con el paso del tiempo.

Un año después de su muerte, a partir de sus escritos, se publica un libro “Historia de un alma” que va a conquistar al mundo porque da a conocer lo mucho que había amado esta religiosa a Jesús.

Fue proclamada Doctora de la Iglesia por San Juan Pablo II, quien el 19 de octubre de 1997 dijo: “Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz es la más joven de los ‘Doctores de la Iglesia’, pero su ardiente itinerario espiritual manifiesta tal madurez, y las intuiciones de fe expresadas en sus escritos son tan vastas y profundas, que le merecen un lugar entre los grandes maestros del espíritu”.

“El deseo que Teresa expresó de "pasar su cielo haciendo el bien en la tierra" sigue cumpliéndose de modo admirable. ¡Gracias, Padre, porque hoy nos la haces cercana de una manera nueva, para alabanza y gloria de tu nombre por los siglos!”, concluyó san Juan Pablo II.

MISA DE CLAUSURA DEL XX CAPITULO GENERAL DE LAS HERMANAS MISIONERAS COMBONIANAS EN LIMONE SUL GARDA, BRESCIA, ITALIA



El día 30 de Septiembre se celebró la Eucaristía de Clausura en la Parroquia de Limone sul Garda ciudad de Brescia, Italia donde nació San Daniel Comboni Fundador de las Hermanas Misioneras Combonianas.

Las 52 hermanas capitulares acompañadas por otras hermanas de las diversas comunidades circunvecinas, de los Misioneros Combonianos, las Misioneras Seculares Combonianas y Laicos Combonianos vivimos la gran fiesta Pascual de agradecimiento a Dios por todo el mes vivido en este evento carismático del XX Capitulo General que nos llevó a compartir nuestra vida consagrada y pasión misionera.

Ahora de regreso a las diferentes provincias esparcidas en todo el mundo llevamos esta alegría de compartir el mensaje que este ENCUENTRO nos ha regalado, haciéndolo participe no solo a nuestras hermanas en la congregación sino también a los pueblos con los cuales compartimos nuestras vidas.
Un gracias a todas las personas que nos acompañaron con su oración y su cercanía y les pedimos el seguir orando para que continuemos a ser fieles en vivir y testimoniar la Buena Noticia que Jesús nos regala.
A continuacion unas breves palabras (en italiano) de despedida de nuestra nueva Superiora General sr. Luigina Coccia donde nos invita a toda la congregacion a hacer "piña con la nueva direccion General" pues es una tarea "de la base sostener la torre".